domingo, 19 de febrero de 2017

Víctimas y victimarios 


Doce años ya han pasado y aún tengo esa mañana impresa en mi retina. Observo su alianza en mi dedo mayor, al lado de la mía y mi cerebro me grita viuda, sólo eso,una pobre viuda; la soledad me abrasa, resoplo y me pongo a cantar ese tango de Gardel que con voz nostálgica entonaba en ese trágico día: “Mi Buenos Aires querido”…
Aún conservo el talismán, una figura de la diosa de la fertilidad Astarté, esculpida en malaquita. Fue el regalo que me ofrendó antes de partir acompañado de la promesa de un pronto retorno.
Lo tengo colgado frente a la mesa del comedor para mirarlo en cada comida. Ahí está presente, revivando el fuego de un amor ausente, pero amor al fin.
Yo había guardado un secreto que lo acompañó hasta su tumba: nuestro hijo latía en mi vientre, noticia con la que pensaba sorprenderlo a su regreso. No pudo ser.
Juan tiene ahora 11 años y no deja de preguntar por su padre, quiere conocer rasgos de su personalidad ya que su aspecto físico lo recorre en viejas fotos amarillentas que él mira con fruición.
Yo lo observo con una mezcla de emoción y pena. Trato de compensar la ausencia con un exceso de sobreprotección y mimos.
Sus pedidos son para mí órdenes.
Precisamente ahora estoy envasando en un frasco la mermelada de naranja que acompañará sus próximos desayunos. Es la preferida de Juan y quiero agasajarlo.
Él no entiende el significado del amuleto que cuelga en la pared, es más, le tiene miedo.
Representa la diosa mesopotámica de la fertilidad.
Yo tenía problemas para la concepción y varios tratamientos resultaron infructuosos.
De ahí su obsequio que coincidió con el milagro de portar un ser dentro de mí.
Quizás debería habérselo comentado antes de su partida pero ya es tarde para arrepentimientos.
Mientras otro tango, "Caminito", suena en la radio, cierro los ojos y escucho e imagino la escena: Diego me da un beso apasionado, yo me cuelgo de sus hombros como no queriendo dejarlo partir, estoy a punto de revelar el secreto, pero mis labios se sellan.
Cierro la puerta, empiezo a canturrear y siento el chirrido de unos frenos y unos disparos después.
La abro, temblando, y veo a Diego tirado en un charco de sangre.
Los servicios de inteligencia le habían puesto el mote de subversivo, su nombre había aparecido en la agenda de un compañero muerto, y habían frustrado lo que para ellos era una presunta huída.
Cuando le atravesaron el vehículo, Diego descendió para inquerirles el porqué de la persecución y ahí no más fue acribillado.
A su lado yacían esparcidos los apuntes de la facultad, estudiábamos sociología, y los respuestos de automotor que trasladaba a una ciudad vecina y que pensaba vender para poder pagar la cuota mensual de la hipoteca.
Yo grito, grito con una estridencia que despierta a toda la vecindad, y caigo desmayada.
Por suerte, sobre mí no hay sospecha y me dejan seguir con vida.
Meses después, me desalojan y encuentro una vieja casona que alquilo hasta la fecha.
Con pena voy observando cómo la misma se va deteriorando y de noche, aún me espanta el chillido de uno que otro roedor que subyace bajo la escalera de madera.
Trato de borrar los recuerdos, observo su alianza, entono la voz y sigo cantando…
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3 comentarios

  1. 1. Cecilia dice:
    Tu historia es el retrato de una época que no necesita ser nombrada con fechas ni ubicación geográfica para reconocerla,y que permite vislumbrar historias humanas durante y después del horror,la pintaste así. Felicitaciones
    Escrito el 17 febrero 2017 a las 20:13
  2. 2. Alejandra Romero dice:
    Es increíble, precioso… Me recuerda al sufrimiento que han pasado muchas personas cuando perdieron a sus parejas en las guerras o a manos de crueles asesinos.
    De verdad es precioso, te encoge el corazón.
    Escrito el 18 febrero 2017 a las 10:13
  3. 3. Alush dice:
    Estimada Galia:
    Me gustó tu cuento.Llevas al lector a vivenciar el horror de una época oscura.Se hace duro seguir leyendo pero los ojos corren al final buscando un final.
    Se hace facil sentir el dolor y la pérdida, en la forma que escribis
    Te sigo
    Un abrazo
    Escrito el 18 febrero 2017 a las 22
  1. 5. Dante Tenet dice:
    Galia:
    Tu relato me toca muy de cerca.
    Pinta muy bien aquella época.
    Gracias
    Escrito el 21 febrero 2017 a las 16:55
     
  2. 6. Patricia dice:
    Buenas Galia, me has conmovido.
    Tus palabras relatan recuerdos y sentimientos que parecen olvidados pero que siguen latentes para muchos.
    Sensibilidad y poesía dando lugar a tantas voces que fueran calladas.
    Felicitaciones!
    Escrito el 21 febrero 2017 a las 18:04


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miércoles, 15 de febrero de 2017

Remembranzas : Aluvión en Sierras Chicas, 15/02/2015








Pequeño caballito pinto


Y otra vez llovió con ganas. El cielo se decidió desperezarse sobre nosotros, en Sierras Chicas.
Un aleteo en mi pecho me trajo remembranzas...
Diariamente pasaba frente a esa casona de Villa Allende y tras la reja lo veía parado junto al sesentoso vehículo.
Había una simbiosis entre el poni y el automóvil, pinto el primero, celeste metalizado, el segundo.
Parecían estar preparándose para competir una loca carrera para perforar el viento.
Y llegó el día del diluvio, el pequeño arroyo se volvió río arrogante, recorrió la localidad con fiereza, destruyó todo.
La estampa posterior fue de tierra arrasada.
Cuando pude llegar frente a la residencia, vi barro, baldes de barro que sacaban desde el interior, el coche con sus puertas abiertas y asientos tapizados de lodo, pero de toda esa postal, me sobrecogió su ausencia, ya no había poni pinto en ese lodazal y un atisbo de duda se prendió a mi mente: “¿dónde estaría el pequeño?, ¿lo habría sepultado la avalancha?”
Desde entonces, cada día que paso alimento la ilusión de volverlo a ver con su figura paralela al auto y junto mis labios rezando una plegaria para que ese deseo se haga realidad.1










1Finalista en el certamen Donde nací, donde vivo organizado por la editorial Letras con Arte para formar parte de la antología homónima, España, noviembre de 2015. Publicada en Rumbos digital marzo 2015.

lunes, 13 de febrero de 2017

Desencanto



La verja chirrió. Sabía que era él, mi corazón lo latía...
Lo conocí en la peluquería. Era el ayudante de mi peluquero quien ese día no pudo atenderme y me derivó.
Me gustó como masajeaba mi cuero cabelludo y seguí atendiéndome con Juan, ese era su nombre.
Entablamos una relación que se fue profundizando a pesar de ser yo treinta años mayor, podría haber sido su madre.
Nació un ritual que ambos aceptamos sin vacilar. Todas las tardes, una hora antes de ingresar al trabajo, tomábamos el té en casa.
Quince minutos antes de su llegada, ya dejaba la puerta de ingreso sin llave.
Me emocionaba cuando abría la verja con sigilo, me regalaba su radiante sonrisa y me estampaba un beso.
Yo intentaba impresionarlo y enamorarlo y para ello preparaba scones todos los días y le servía el té en un juego de porcelana inglesa que había pertenecido a mi madre.
Como conocía su afición por las flores, cortaba y preparaba un centro de mesa que renovaba a diario.
Él era muy puntual, llegaba siempre a la misma hora.
Ese día corté unas rosas amarillas, las dejé sobre la mesada, puse el agua a calentar y sentí suaves pisadas tras de mí.
Me di vuelta y lo vi parado en el ingreso de la cocina.
Su mirada era diferente a la que yo conocía y me embelesaba.
Sentí una punzada en el pecho y su sonrisa sarcástica quedó flotando en mi mente.
Después, todo se nubló...

Mención de Honor SADE SAN FRANCISCO



Acorde final

Tomó la última cuerda en sus trémulas manitas, ya casi sin uñas y sentenció la solución final.
Joel vivía con sus padres en Telenesh, un pequeño pueblo de Polonia.
La mañana en la que irrumpieron los nazis sólo estaban en la casa su madre, su hermana menor, una niñita de apenas un año y él. Su padre y hermanos mayores habían partido al amanecer a trabajar en el campo, era época de siembra.
Tras tirarles la puerta abajo, fueron sacados a empujones de sus lechos y subidos a un camión donde ya se encontraban numerosas familias hacinadas, muchos de ellos, sus vecinos.
Sin explicaciones, los condujeron al campo de exterminio.
Lo único que atinó a hacer Joel antes de subir al vehículo, fue aferrarse a su violonchelo; a pesar de su corta edad, ocho añitos, amaba tocar el instrumento y no se imaginaba viviendo sin él.
Para sorpresa de todos, no le pusieron trabas para que lo portara a pesar de la torpezacon que fueron tratados.
Al llegar Auschwitz, fue separado de su madre quien con lágrimas en los ojos se despidió mientras apretaba contra su pecho a la hermanita.
Ambas fueron conducidas al pabellón de mujeres.
Él entró con otros cautivos a un gran galpón pero siempre abrazado a su chelo.
La celadora que lo recibió al verlo con el instrumento le susurró al oído: “estás salvado”.
Comprendió el significado de esas palabras cuando lo llamaron para formar parte de la orquesta que tocaba en el campo de refugiados, especialmente, cuando se producía una
“ducha masiva” (ingreso a las cámaras de gas). La música le agregaba patetismo a la
situación y exacerbaba el morbo de los ejecutores.
Ese día debió tocar en el pabellón de mujeres y al alzar la vista y ver a su madre y hermana ingresar al sector de duchas, tiró fuerte, con una fuerza inusitada cada una de las cuerdas, y logró envolver, la última, alrededor de su cuello.

martes, 7 de febrero de 2017

Cositas buenas


Vivencias de la obra “Cositas buenas” de Paul Klee
Conqueror (1930). Acuarela, 41.6 x 34.2 cm. Paul Klee Foundation, Kunstmuseum, Berne, Switzerland.

El ocre cubrió la página, se fusionó con la recta, se hizo cubo y bandera.
La vida se cercenó en ángulos agudos y la guadaña se negó a sesgar el infinito, encerrado en esfera o en medialuna gigante.
La existencia se volvió acuarela y la flecha marcó el pasado mientras la muerte refulgió el futuro; un anaranjado brillante dio sombra al estandarte, puso perspectiva vital frente al siniestro personaje y el amarillo abrió paso al azul de la eternidad y la vida sonrió y se aferró a la esfera y la noche oscura se encendió en luna creciente y apuntó a la trascendencia y allá abajo, mortal y solo, el cruel fantasma se tomó para no caer de espaldas, para no volver al pasado y ser devorado por el peso de la historia acompañada de muchos años y el ocre fue pared, fue cimiento, fue mirada y reflejo, ocre, todo ocre, muy ocre.


jueves, 2 de febrero de 2017

Cortázar, je t´aime



                           Foto Víctor H. Cordon, París, setiembre 2014


 

Nunca pensé que vendría a festejar tu cumpleaños, tan cerca de ti y tan distante.
Una melodía de un acordeonista en el metro me sopló el dato y así empecé a buscarte.
Salté los charcos de esas mojadas veredas parisinas y tus ojos se cristalizaron en
caleidoscopio y con un guiño, me empujaron a seguir la búsqueda.
Corrí una hoja dorada que se desprendió de un árbol, di vuelta la esquina y tropecé con una pareja que en un abrazo de fuego sellaban su amor.
Volví a escuchar la canción y corrí a buscarla y, de pronto, me vi montada en el carrusel, al pie de la torre Eiffel. En caballo brioso continué mi camino y mis pies se convirtieron en alas y levité sobre los jardines de Luxemburgo. El ulular de una sirena me puso nuevamente en tierra. No me amilané, no, continué, continué y continué, me dejé mojar por la lluvia, me empapé hasta quedar convertida en un temblequeo arrugado pero me escabullí del mal tiempo y me abrigué con tu recuerdo.
Encendí nuevamente el motor de búsqueda; así, crucé bulevares, atravesé puentes y tu voz ronroneaba en mis oídos y tus ojos me observaban desde el Sena.
El último subte me depositó en la puerta de esa casona en la calle Martel, la abrí con
cuidado para no asustarte y tu risa franca invadió mi alma.
El humo de los Gitanes me dictó que estabas ahí, en la estatura de tus cien años y
debí saltar la rayuela de ese patio adoquinado, sortear todos los fuegos, algunos ya apagados y cuando ya te tenía a punto de tocarte con mis manos, trepaste en una melodía de jazz y te alejaste silbando.
Bajé al patio interno, observé por última vez el balcón con flores, me subí al Renault y me alejé rumbo a la autopista del sur mientras escuchaba en la radio a Louis Armstrong cantar “Un mundo maravilloso”.

miércoles, 1 de febrero de 2017

                                  Fotografía: Víctor H. Cordon, setiembre de 2014


Barcelona

El tren canturreba Barceloona, Barceloona, y Ana preparaba su bolso expectante y un poco también nerviosa, por qué no, hacía tanto tiempo que quería conocer esa ciudad.
La ansiedad le despertaba hambre y mordía con ganas su galleta de arroz mientras imaginaba el encuentro con su metrópoli soñada.
Cuando finalmente arribó, estalló frente a sus ojos un mundo de extrema sensibilidad, un laberinto ondulante que la llevaba a sumergirse en el arte, la teñía, la salpicaba, la movilizaba, la impregnaba.
Recorrió sus amplias avenidas arboladas, ascendió al Tibidabo y la brisa salada que escapaba del mar, acarició su piel.
Se fundió en esa naturaleza pródiga bañada por el Mediterráneo y más tarde, recorriendo La Rambla pudo comprobar cómo el clima impregnaba el corazón de habitantes y turistas que con un despliegue de locuacidad y bonhomía contagiosa reían y trotaban, comentaban y fotografiaban, sí, un click click que acompañaba el paseo durante todo el trayecto.
En ese ir y venir por sus carrers”, el camino la condujo al Barrio Gótico, recorrió sus callecitas angostas imbuidas de medioevo e ingresó a su majestuosa Catedral, donde agradeció haber podido conocer la ciudad de sus fantasías.